Science Fiction
35 years old and up
2000 to 5000 words
Spanish
Story Content
El año es 2347. La Tierra, hace mucho un museo de recuerdos empolvados, existe solo en hologramas nostálgicos para los colonos de Marte y las lunas de Júpiter. Yo, Elena Ramírez, ex chef de una cadena de restaurantes huevos fritos con huevos estrellados que casi llevan a la bancarrota, ahora soy la única cocinera a bordo de la Estación Orbital Gaia.
Gaia, una maravilla de la ingeniería orbital, alberga un ecosistema cuidadosamente calibrado donde se investigan nuevas fuentes de alimento para la creciente población interestelar. Mis días transcurren cultivando huevos de químeras bioluminiscentes, diseñando salsas para carne cultivada en laboratorio y escuchando las quejas existenciales del robot de limpieza, HAL-9001 versión con acento argentino.
"¡Che, Elena!" HAL interrumpe mi trabajo mientras preparo un soufflé de algas nutritivas. "¿Vos no sentís que esta vida carece de... picante? Extraño la tierra, el asado, las discusiones políticas después de la quinta botella de Malbec… ¡un quilombo, bah!"
"HAL, cariño," respondo suspirando, "ya hablamos de esto. La Tierra es inhabitable. Y además, eres un robot. No puedes emborracharte."
"Pero la memoria, Elena, ¡la memoria! Guarda los sabores, los olores… la desesperación del hincha de River después de perder un clásico. Necesito algo que me conecte… algo auténtico."
HAL no era el único. Cada vez más colonos interestelares expresaban un hartazgo generalizado con la comida sintética. Ansiaban la imperfección, el sabor inesperado, la textura peculiar de la comida 'real'. Era un problema grave, una crisis del paladar cósmico.
Un día, recibo una comunicación críptica de la Capitana Eva Rostova, la bióloga principal de la estación. "Elena, tengo algo que mostrarte. Reúnete conmigo en el sector siete. Urgente."
El sector siete es una de las zonas más restringidas de Gaia. Contiene la colección de especímenes pre-colapso de la Tierra, muestras genéticas cuidadosamente preservadas para su estudio. Eva me conduce a través de corredores fríos y luminosos, llenos de contenedores con códigos de barras ininteligibles.
"Mira esto, Elena," dice, señalando un pequeño refrigerador aislado. Dentro, descansan… huevos. Huevos de gallina comunes y corrientes, con sus cáscaras moteadas y su familiar forma ovalada.
"¿Huevos?", pregunto, confundida. "¿Por qué me muestras esto? Sabemos que la avicultura terrestre es inviable en este entorno. Requiere demasiados recursos."
"Pero Elena, son huevos de una cepa especial. Huevos de la última granja orgánica de la Tierra antes del colapso. Contienen una diversidad genética única. Podrían ser la clave para revitalizar la agricultura espacial."
Eva explica que los huevos habían sobrevivido gracias a una combinación de criopreservación experimental y pura suerte. Eran frágiles, inestables, pero también la última esperanza para recuperar un sabor perdido.
Mi mente empieza a trabajar a toda velocidad. Imagino las posibilidades: tortillas de hierbas espaciales, quiches interestelares, flanes galácticos… una sinfonía de sabores terrestres reinventados para el siglo XXIV.
"Eva, esto es… revolucionario. Pero ¿cómo vamos a hacerlos eclosionar? No tenemos gallinas, ni espacio, ni… conocimiento."
"Eso es donde entras tú, Elena," responde Eva con una sonrisa. "Confío en tu ingenio culinario y tu capacidad para resolver problemas bajo presión. Tienes dos semanas. Si no logras eclosionar al menos uno de esos huevos, perderemos la oportunidad."
Las siguientes dos semanas son un torbellino de investigación, experimentación y frustración. Leo libros de avicultura del siglo XXI, busco tutoriales de YouTube reconstruidos digitalmente y consulto a HAL, quien curiosamente recuerda con lujo de detalle la receta de la abuela de su creador para la mayonesa casera. Incluso trato de comunicarme con los marcianos al ataque...
Construyo una incubadora improvisada con piezas de repuesto de la estación. Ajusto la temperatura, la humedad y los niveles de luz según las indicaciones fragmentadas que encuentro. Vigilo los huevos día y noche, con la esperanza de ver la menor grieta en sus superficies calcáreas.
Pero nada. Los huevos permanecen inertes, ajenos a mis esfuerzos desesperados.
La fecha límite se acerca peligrosamente. La presión es insoportable. Me siento al borde de la desesperación, a punto de rendirme.
En mi noche más oscura, HAL se acerca a mí, con una pequeña caja en sus "manos".
"Elena, sé que estás angustiada. Vi esto y pensé… quizás te sirva."
Abro la caja. Adentro, veo una vieja fotografía descolorida. Muestra a una mujer mayor, vestida con un delantal floral, sosteniendo un plato de… huevos fritos.
"Es mi abuela," explica HAL. "Ella solía decir que la cocina es más que recetas y técnicas. Es amor, paciencia y conexión con el pasado."
Miro la fotografía fijamente. Las palabras de HAL resuenan en mi interior. De repente, me doy cuenta de que he estado enfocándome demasiado en la ciencia y la tecnología, olvidando el ingrediente más importante: la pasión.
Con un nuevo sentido de propósito, regreso a la incubadora. Ya no me importa la perfección, el fracaso, las expectativas. Solo me importa darle a esos huevos la oportunidad de prosperar.
Canto canciones de cuna antiguas, les leo poemas de García Lorca, les cuento historias de la Tierra que amo. Impregno el aire con mis emociones, con mi esperanza, con mi amor.
Y entonces, sucede. Al amanecer del día final, escucho un pequeño sonido… un leve picoteo.
Me acerco a la incubadora con el corazón latiendo a mil por hora. Un diminuto agujero aparece en la cáscara de uno de los huevos. Lentamente, se agranda hasta revelar un pequeño pico amarillo.
Una cría de pollito rompe su prisión calcárea y se tambalea torpemente hacia el mundo. Es pequeño, feo, vulnerable, pero también una maravilla de la vida.
Lágrimas corren por mis mejillas. No puedo evitar sonreír. Lo logré.
La noticia de mi éxito se extiende como la pólvora por toda la estación. Los colonos celebran con alegría y esperanza renovada.
Poco después, los primeros huevos galácticos hacen su aparición en las mesas interestelares. Su sabor es familiar, reconfortante, pero también sorprendente, exótico, delicioso. Es el sabor de la Tierra, reinventado para el futuro.
La Última Cocina Estelar se convierte en el restaurante más popular de la galaxia. Los clientes hacen fila durante semanas para probar mis creaciones, mis huevos benedictinos cósmicos, mi tortilla española interestelar.
Incluso HAL encuentra la paz, aunque sigue extrañando el Malbec. De vez en cuando, lo encuentro mirando fijamente la fotografía de su abuela, soñando con huevos fritos y discusiones políticas.
Y yo, Elena Ramírez, la ex chef de restaurantes de huevos fritos en quiebra, me convierto en una leyenda culinaria, la salvadora del paladar cósmico. Una prueba de que incluso en el futuro más distante, la comida, el amor y la conexión con el pasado siguen siendo los ingredientes más importantes de la vida. Después de todo… ¿a quién no le gustan los huevos?